A escasos 20 minutos en coche desde Grajera se llega a Somosierra, ya en la Comunidad de Madrid. Esta pequeña población, situada en el mismo puerto y sierra a los que da nombre, también es conocida por muchos naturalistas porque en su término municipal esconde uno de los bosquetes más interesantes del Sistema Central: el abedular de Somosierra.
Se trata de un bosque relicto de abedul (Betula pendula subsp. fontqueri), especie más norteña de climas más fríos y húmedos y que en la actualidad se encuentra refugiado en las montañas de buena parte de la Península Ibérica testigo de otras épocas. Aquí crece entre robles melojos, serbales, acebos, avellanos y mostajos, aguantando las condiciones ambientales cada vez más desfavorables para la especie, con estaciones más suaves y secas.
En otoño, cualquier bosque caducifolio ofrece al paseante postales de ocres, rojos y amarillos y en Somosierra, en esta dehesa de abedules donde los ganaderos dejan pastar sus vacas, el paisaje se vuelve grandioso. No nos quisimos perder el momento y decidimos hacer una visita a primeros de noviembre.
Iniciamos la ruta y enseguida las sombras claras del bosque medio desnudo nos cubrieron. El suelo del camino era un crujir de hojas de difererntes formas y tamaños, pero también de colores. Otras hojas iban cayendo en una lluvia continua de fibra vegetal, abono nuevo para un viejo bosque bien aprovechado por los paisanos del lugar. Pocas aves detectamos, sólo un arrendajo y algunos mitos y agateadores, que emitían sus reclamos entre ramas y troncos.
Llegamos a la fuente de Fuentefría, de aguas limpias y reparadoras para la sed del caminante. En los rincones del bosque crecían, tímidas, algunas setas, en espera de una mayor humedad que este otoño no parece querer ofrecer. Una gran Amanita muscaria, la típica seta de los enanitos, nos salió al paso con su rojo intenso y sus pintas blancas. Cerca, el rumor de un arroyo de montaña componía una estampa de pintor.